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Se ha escrito muchísimo, especialmente en estos últimos años, sobre feminismo; desde su teoría y su fundamento político, hasta la resolución de la multitud de problemas prácticos que se plantean cuando se intenta llevar estas teorías al mundo real. Y, si bien estamos lejos de alcanzar un consenso, sí que existe ya una cierta concienciación: las cosas están cambiando, porque, realmente, hay cosas que deben cambiar. Algunas deberían haber cambiado hace mucho tiempo; otras creíamos que ya habían cambiado, sólo para descubrir que, en realidad, seguíamos con la misma mierda de siempre.
Tradicionalmente, se ha asociado la toma de conciencia de las mujeres sobre su situación, sus derechos y sus necesidades a un tipo de mujer determinada: joven (o de mediana edad), de ciudad, con estudios superiores y/o con trabajo independiente. Poco a poco, sin embargo, hemos empezado a desterrar esta imagen. Estamos viendo, cada vez más, feministas mayores, feministas de pueblo, de campo. Feministas que ni siquiera saben que lo son, algunas que nunca se etiquetarían como tales, están saliendo a la calle el 8 de marzo. Mujeres que piden para sí, para sus hijas, para sus nietas. Mujeres que intentan cambiar las cosas.
En este cambio de perspectiva, Camas nos ofrece un campo de investigación muy interesante. Aquí converge el modelo tradicional de mujer ama de casa, trabajadora de trabajos temporales, de los de “muchas horas por muy poco”, con una nueva generación que prácticamente ha crecido en Sevilla, se ha educado en Sevilla (en no pequeña parte en la universidad) y que ha, en cierto modo, “importado” ideas nuevas. Junto a estos dos grupos hay un tercero: el de las mujeres con trabajos de nivel medio o alto que, por motivos de economía o proximidad, eligen el Aljarafe como lugar de residencia. Estos tres grupos, que ni siquiera son excluyentes entre sí, configuran un panorama especialmente complejo y, muchas veces, ignorado en favor de la capital.
Nuestra motivación con este pequeño estudio de campo ha sido la de intentar dar voz a los puntos de vista y las historias de estas mujeres. Todas ellas han colaborado de buen grado, prestándonos sus ojos y contándonos sus historias, y, lo más importante, dándonos el consentimiento para que nosotras las contemos hoy en este pequeño libro.
A todas ellas, con nuestra mayor gratitud, muchas gracias.
Camas, marzo de 2020