Stalin, el hombre de acero

1 de Octubre de 2018

por Fco. Javier Mingorance Morcillo, miembro del Núcleo del PCA en Almería

Aproximadamente, hacia las 4:30 de la madrugada del 22 de junio de 1941, se hallaba reunido en el Kremlin el Politburó de la URSS, convocado a toda prisa por Stalin, que sólo una hora antes dormía plácidamente en su dacha moscovita, también se encontraban en esa reunión los generales de mayor rango dentro del Ejército Rojo, Timoshenko, comisario para la defensa de la URSS, y Zhukov, jefe del Estado Mayor General.

Así que, en medio de la incertidumbre y la sorpresa, les llegaban infinidad de teletipos con noticias de ataques de infantería, de artillería y de bombardeos aéreos alemanes a lo largo de dos mil kilómetros de frontera, desde Prusia a Rumanía. ¿Qué era aquello? ¿Estaba presionando Hitler?

Se dan dos momentos importantes en la implicación de Stalin en la Gran Guerra Patria:

El primero es la ingenuidad del pacto Germano-Soviético de NO agresión, con cláusulas secretas para repartirse Polonia y los países bálticos, cabría preguntarse: ¿Por qué lo aprobó Stalin, rechazando, de paso, un Tratado de Defensa Mutua con Gran Bretaña y Francia?, bien, parece ser que la clave la encontramos en la falta de preparación soviética para un enfrentamiento directo con el ejército del Tercer Reich, al que seguramente le hubiera conducido el acuerdo con los aliados occidentales. 

El segundo es cuando increíblemente, la URSS había sido sorprendida; el Secretario General y a la sazón también Jefe del Gobierno Soviético comprendió la disparatada política que había seguido respecto a la Alemania nazi y su insensatez al rechazar las más de mil evidencias que desde el comienzo de la primavera le avisaban del peligro. (Recuérdese que el espía infiltrado como periodista nazi en Japón, Richard Sorge avisó de la preparación de forma anticipada de la invasión de la URSS por parte de la Alemania nazi, con el nombre en clave de: “Operación Barbarroja”). Todo ello sumió a Stalin en un profundo desconcierto, y según cuenta el historiador Dimitri Volkogonov, Stalin no había recibido una impresión similar en toda su vida y aquella mañana abandonó el Kremlin, parece que murmurando: “Lenin nos dejó una gran herencia y nosotros la hemos jodido toda”.

En 1939, el Ejército Rojo se encontraba todavía tambaleándose a causa de las brutales purgas estalinistas derivadas del asunto del mariscal Mijail Tujachevski, ejecutado en 1937 y siendo a día de hoy uno de los enigmas de la historia de la URSS. 

Su línea de fortificaciones frente a Alemania era muy deficitaria, sus efectivos , unas 150 divisiones, eran la mitad de las que se consideraban imprescindibles para poder enfrentarse a Hitler, y su dispersión era lamentable bajo el punto de vista militar, más de la tercera parte se encontraba en Asia, prevenida contra Japón, y el resto, diseminado a lo largo de tres mil kilómetros de fronteras.

Una buena pregunta sería: ¿Qué pretendía Stalin con el Pacto de no agresión con los nazis?, sencillamente ganar tiempo, ganar entre tres o cuatro años que le hubieran reportado concluir las fortificaciones, reunir unas 300 divisiones, dotar a su ejército acorazado de carros de combate T-34, uno, por no decir el mejor blindado de la contienda, cerrar a los alemanes el acceso al este del Báltico y amenazar sus puertos.

Para conseguir este preciado tiempo, firmó en Berlín un amplio acuerdo comercial, aunque él sabía que parte de esas materias primas se convertirían en armamento para atacar a la URSS, sin embargo, calculaba también, que Hitler se desgastaría mucho frente a Polonia y contra los aliados occidentales, para ser ecuánimes le sorprendió el éxito de la famosa guerra relámpago, (Blitzkrieg, nombre popular que recibe una táctica militar de ataque que implica un bombardeo inicial, seguido del uso de fuerzas móviles atacando con velocidad y sorpresa para impedir que un enemigo pueda llevar a cabo una defensa coherente) contrariándole que el desgaste alemán sufrido hubiera sido inferior al esperado.

En la primavera de 1941, valoraba que su situación era confortable: Gran Bretaña resistía y nada auguraba que fuera a capitular; Estados Unidos se implicaba en la guerra con la aprobación del Acuerdo de Préstamo y Arriendo; Italia se encontraba atrapada en África y Alemania dispersaba sus fuerzas desde Noruega a Libia, pasando por Holanda, Bélgica, Francia, Grecia y los Balcanes.

En consecuencia, Stalin suponía que la URSS se encontraba segura, tanto por lo que a Hitler le interesaban sus suministros como porque ya tenía las manos metidas en demasiados conflictos bélicos. Por eso hizo oídos sordos a los avisos de británicos y estadounidenses y a los de sus propios comandantes fronterizos, que veían agigantarse las concentraciones de tropas alemanas, de ahí sus sorpresa cuando comenzó el ataque alemán y sus días de confusión. No podía entender los motivos de Hitler, que le parecían incongruentes y no acertaba a analizar con rigor en qué y cuándo se había equivocado.

Afortunadamente para él y el pueblo soviético, que derramó mucha sangre en la Gran Guerra Patria, se enfrentaba a un megalómano tan soberbio y enfermo como primario en sus conocimientos, pues, creía Hitler que el imperio soviético carecía de todo cimiento y que, tras docena de fuertes reveses, se desplomaría, como no ocurrió su vaticinio , perdió los nervios e, incapaz de aceptar el criterio de sus militares y el consejo de los especialistas, cambió los planes trazados, incurriendo en gravísimos errores de táctica militar. Según su “infalible intuición”, el desplome soviético debería de ocurrir en menos de seis meses y, por tanto, no había hecho previsiones para una campaña invernal, de modo que las tropas nazis se encontraron combatiendo con ropa otoñal a veinte o treinta grados bajo cero.

Este corolario de circunstancias propició la validez de un viejo tópico; la aparición del “General Invierno”, cuya llegada salvó a Stalin del abismo, todavía peor del que sufrió el pueblo soviético y porque también no decirlo al abismo al que le habían llevado sus erróneos cálculos.

Categorías: Memoria Democrática

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